LILITH (Monólogo teatral. Comienzo)

ÚNICO ACTO

Pantalla Blanca de fondo, iluminada. Resto de escenario oscuro. Sólo hay un trípode en el escenario con una cámara de fotos.
Aparece La Mujer, de negro. Se acerca a la pantalla, se aleja. Varias veces. Sus movimientos son coordinados, como si fuera un pase de modelos. Mientras los flashes van iluminando el escenario.
Oscuro.
La Mujer en postura de yoga.

Mostrarme, siempre mostrarme como lo que soy, como quiero que me vean. Siempre he de estar bella, dispuesta, capaz.

Fotos, fotos, selfies, seguidores, fans. Locura.

Un minuto, unos minutos para meditar, para reflexionar para saber quién soy. Unos minutos para descubrirme ¡Cielos! ¡Qué frío se está en los solitarios focos de la fama!

Ommmm, ommmm, ommmm…

En la pantalla aparece humo, color rojo. Música ancestral.

¡No! ¡No quiero que me poseas así! ¿Por qué he de estar debajo de ti? ¡Déjame! ¡Déjame!

Y me escapé, hui como el viento. Adán no me pudo atrapar. Creé mi propio matriarcado de seres humanos libres y ellos les llamaron demonios. ¿Demonios? ¿Has sentido alguna vez la libertad? ¿Sabes lo que es vivir sin miedo? ¿Sin replegarse? ¿Volar como el aire y que el “Hombre” no pueda sujetarte?

Corrí lejos, de él, del paraíso, apenas unas horas después de haber sido creados, cuando su leche aún estaba caliente y sus ansias de posesión no tenían límite. Crucé los límites gravitacionales impuestos, rompiendo las estacas que indicaban el fin, el cercado del paraíso era, simplemente, el cercado de una prisión. Yo lo vi, lo descubrí desde el primer minuto, Adán, nunca lo vio, siempre han sido más torpes. Y eso que él estuvo antes que yo allí, y fornicó con todo bicho viviente antes de que Dios me creara. Sí, yo aparecí porque lloró como un recién nacido pidiendo a Dios alguien como él con quien copular, un igual. Y nací de las cenizas, sí, de las cenizas, como Dios lo creó a él. No de su costilla, como hizo creer a la otra, la sumisa, la que hizo creer sumisa ¡La costilla! De la ceniza, pobre ingenua. Los dos nacimos de la ceniza, del polvo, y los dos nos complementamos para crear una estirpe.

¿Por qué entonces me mirabas así? Con hambre, con locura, con insatisfacción, con superioridad, con desdén. ¡Yo era igual que tú! ¡Yo soy igual que tú!

Hubo un momento de felicidad ¿Te acuerdas? En el río, los dos nos acariciamos y nuestros cuerpos temblaban. ¿O ese no eras tú? ¿De dónde sacaste la absurda idea que podrías obligarme, encerrarme, someterme? ¿Qué eras, qué eres tú más que yo?

….

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