1984 (2020)

1984 (2020)

un artículo de Jesús García Amezcua

Quizá sea un sentimiento más que generalizado o, simplemente, sea sólo yo, que he alimentado mi vida de literatura, cine y teatro con lecturas como “1984”, “Un mundo feliz”, “Fahrenheit 451”, “Rebelión en la granja”,… o “El Conde de Montecristo”, me puede llevar a pensar que nuestros gobernantes, y los lobbies empresariales de las multinacionales que manejan todo esto de “lo virtual”, nos están llevando al matadero del ser humano, a la claudicación de la libertad y a la sumisión de los grilletes de los hechos dados.

Obviamente, hay un virus letal, como hay otros y que no se nombran (guerras, hambruna, …). Obviamente, tenemos que ser prudentes y respetar las normas, por dos motivos básicos: por un sentido estrictamente sanitario y porque no nos queda otra. Pero esta sensación de falta de libertad, de coacción al ciudadano y de anulación de la forma de vida, no cuadra con el resto del cuadro clínico.

Estamos asistiendo a verdaderas aberraciones legislativas, a fraudes de ley, a abusos de poder en contra de la libertad individual del ciudadano.

Ante estos fraudes legislativos ¿los fanáticos irracionales que defienden a capa y espada estos hechos se han parado a pensar qué pasará con estas leyes en manos de los que ellos no consideran “buenos”, es decir, en manos de otros gobernantes de distinta signación política?

Y le hago esta pregunta a los gobernantes: ¿tan seguros están de que esto es lo mejor para el ciudadano y para la colectividad? ¿O piensan que se van a perpetuar en el poder? O peor aún ¿les es completamente indiferente el mal causado a corto y medio plazo, y por supuesto a generaciones futuras, ya que sus réditos a corto plazo los consiguen con estos mecanismos?

Seguramente, querido lector, usted puede estar de acuerdo o no con este artículo, con lo cual usted puede tener una opinión diferente a la mía, es decir, tiene otra “Verdad”. Pero en medio de una pandemia, y sin capacidad de respuesta, se instaura y legitima ese ministerio ansiado por todo político sin escrúpulos, totalitario y fascista: “El Ministerio de la Verdad”. El “Gran Hermano” que vaticinaba Orwell, ya está aquí.

¿Qué es la “Verdad” y quién decide lo que es y lo que no es? En realidad, si lo piensan fríamente, es apocalíptico.

En estos momentos, y a pesar de la politización de los medios de comunicación, podemos comparar noticias y sacar conclusiones con las informaciones sesgadas de esos mismos medios. En cuanto el “Comité de la verdad” esté funcionando a pleno rendimiento, quizá este artículo ni se pueda leer. Parece una irrealidad, o una distopía, pero Ray Bradbury, Orwell o cualquier otro cuando escribieron sus obras maestras, lo veían un tanto lejano, y eran más metáforas con respecto a lo vivido en la primera mitad del S.XX que verdaderas realidades cercanas.

El rebaño está tan adormecido que los mismos políticos contrarios a estas normas se ven con las manos atadas porque si levantan la voz, son enemigos del pueblo y no piensan en la emergencia sanitaria, y yo pregunto, cuando se gobierna: ¿Se gobierna sólo un aspecto de la vida social? ¿La crítica y el diálogo son destructivos o enriquecen?

La respuesta para la clase política actual es fácil: o estás conmigo, o estás, contra mí. No hay término medio, y,  la conjugación de verbos como convivir, dialogar, debatir, encontrar, desarrollar (ideas y proyectos), no están en su vocabulario básico, que se ha reducido drásticamente a lo abarcable en un panfleto A6.

Pero ¿y los demás? ¿Por qué no se levanta la voz con más virulencia?

Sí, estamos en una situación crítica a nivel sanitario. Lógicamente, no debemos promover manifestaciones, es una locura y una irresponsabilidad. No podemos llamar a la revolución en el modo tradicional, y debemos adaptarnos, como “ellos” (hayan creado o no este virus), están cambiando nuestra forma de existencia e hierve un verdadero cambio de paradigma.

Esa revolución, no es aconsejable, bien, entonces, la intelectual, la que se guía por la razón y la no violencia ¿Dónde se encuentra? ¿Las redes sociales no están para que cada uno pueda lanzar su opinión, sin faltar al respeto, y dentro de las más mínimas normas sociales y de educación? Que yo sepa en las redes sociales no te contagias de los aerosoles, ni del contacto directo, no existe posibilidad de trasmisión. ¿Por qué todos callan? Empezando por los jóvenes y terminando por los mayores, y pasando por los que tenemos más responsabilidad, nosotros los de mediana edad. ¿Qué no le hemos inculcado a las nuevas generaciones que sólo piensan en salir de botellón y son incapaces de luchar por sus libertades y su futuro? Los oigo y la mayoría pasean indiferentes o depresivos (simplemente porque no pueden salir a la calle) ¿Y los demás? Quizá, ya se ha contagiado el miedo. La mascarilla como metáfora de nuestro silencio, como símbolo de nuestra indiferencia y mutismo. Como escribió, Albert Camus en “Los Justos”, en boca de una de las rebeldes que iba a dar la vida por el pueblo y en ese momento se dio cuenta de que nadie iba a saber por qué daba su vida ni sus ideales: “… nosotros aquí y mientras, el pueblo calla. ¡Qué silencio!” Horrible ese silencio antes de la devastación total.

Se le ha dado tanto la vuelta a la tortilla, que, los tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) prácticamente se han convertido en uno, teledirigido por el Poder Ejecutivo, el Gobierno Central.

La Agencia Tributaria podrá en breve registrar tu casa, simplemente con una intuición o corazonada (en contra de la Sentencia del Tribunal Supremo), el español desaparece como lengua vehicular (en contra del art. 3 de la Constitución española de 1978), se quiere el proceso de elección de la composición del Consejo General del Poder Judicial, los Bancos se están fusionando y dependiendo de tal manera del Estado que no quedará competencia para acceder al crédito. Y todo esto sumado a la tradicional idiosincrasia de nuestro sistema empresarial en el que no se permite el fracaso.

La analfabetización debido al sistema de educación en constante línea de fuego, la falta de inversión en recursos fundamentales como la investigación y el desarrollo, la cultura y el pensamiento crítico, el intento de anulación, a través de los medios de comunicación, escuelas, universidades, etc. del pensamiento propio; la idea del “buenismo” asimilado a la tolerancia, y la creación de un sistema sustentado en el funcionariado y voto cautivo nos está llevando a una clasificación por clases sociales, que de vez en cuando reciben SOMA, para inhalar felicidad, para encontrar el punto de satisfacción que les falta.

Éramos un rebaño que pastaba y ahora está camino del matadero, una vez, fuimos libres.

Ante este panorama desolador podemos optar por tres posturas: Negarlo, reconocerlo o afirmarlo y luchar contra él.

Necesitamos una REVOLUCIÓN, con palabras mayúsculas, de nosotros como sociedad y como individuos. Debemos dejar la polarización panfletística y de consignas y ser generosos en la CREACIÓN y RECONSTRUCCIÓN de nuestra sociedad. Si todos hablamos, no nos podrán callar. No pueden eliminar y bloquear todos nuestros perfiles, se quedarían sin medio para convencer o imponer.

Somos muchos los que amamos la libertad individual y las bases de nuestra democracia, mejorable sin duda, pero para ello están los mecanismos adecuados, basado en consensos y tolerancia.

Una sociedad duerme en el equilibrio de poderes y en la seguridad de su vigilancia por las distintas instituciones y en el respeto hacia ellas de los gobernantes y adláteres.

Señores, seamos generosos y pensemos en el futuro. Por favor.

Jesús García Amezcua

Escritor

Director de La Reconstrucción

El Cuento del Solstico de Invierno (o cuento de Navidad)

Deambuló toda la noche. La ventisca lo había desviado de su ruta, pero no se detuvo. Tenía que llegar. Era su objetivo. El frío, la nieve golpeando su rostro y la falta de luz, no importaban. Paró bajo un acebo. Se cobijó. Nunca había estado en esta situación, sin medio de transporte, sin saber dónde estaba y sin saber dónde dirigirse, pero no podía perder la esperanza, «¡Eso nunca!», se dijo.

La nieve comenzó a caer más copiosamente y las ramas de los árboles crujían como cuando caminas por un suelo antiguo de madera. Ecos, muchos ecos y ni un rayo de luna. Se preguntaba por qué se había entretenido, por qué se quedó en la taberna hasta tan tarde, por qué ese último juego de cartas y por qué esa última copa de hidromiel. Se preguntó, por qué se desvió del camino, tropezó con aquella piedra y cómo el trineo volcó, no se sabe dónde, con los regalos de sus hijos.

Pensó por qué aquel día y no otro.

Estaba temblando y quería andar, pero las piernas no le respondían, comenzaba a estar helado, la barba blanca se le escarchaba y cuando se retiraba el agua helada de la cara con la manga de la zamarra se le humedecía aún más. Los ojos comenzaron a cerrarse en un dulce sopor y visualizó a su familia cenando entre risas y caricias, sin notar su ausencia. No era la primera vez que no estaba, pero si era la primera que él realmente quería estar. Los adornos de acebo y muérdago abarrotaban toda la casa. Pero él había estado ausente, no había participado en los juegos ni en la decoración. “No fui al bosque a recoger las ramas con mis niños”, pensó.

Lloró, les pidió perdón y cerró los ojos.

El frío era cada más intenso y el dolor más dulce. Una camada de nieve sobre una rama del árbol le cayó encima, pero no se movió, ya estaba totalmente paralizado y el silencio de la noche lo cubrió todo.

El cielo comenzó a viajar por tonalidades grises y blanquecinas, una ligera brisa empujaba a las nubes, ya no nevaba y la escarcha centelleaba con los ligeros, casi invisibles, rayos de sol. Todo era blanco, escoltado por verdes y marrones de los árboles, algunos de esos árboles marcaban una especie de sendero enterrado por la cellisca y, al final, una casa prácticamente hundida en la nieve, con la fumarola de la chimenea débil.

Un ruido de campanillas sonó acercándose, era un trineo llevado por ocho renos. Eran sus renos y llevaban adornos dorados y rojos. Husmearon y removieron la tierra. Lo encontraron enterrado bajo el acebo. Le lamieron y le mordieron el chaquetón arrastrándole hasta el trineo. Un rayo de sol en ese momento cruzó todo el cielo y lo iluminó, le calentó y abrió los ojos. El acebo le inundó con el zumo rojo de sus frutos y comenzaron a galopar los renos ¡lo hicieron hacia arriba, hacia el cielo! Y vio su casa, abajo, al final del sendero, prácticamente enterrada en la nieve. Se descolgó del trineo con los regalos de sus hijos, entró por la chimenea y los dejó junto a la mesa, junto al plato con su cena lista, la que nunca probó. Se acercó sigilosamente a la habitación y se despidió de ellos sin pronunciar una palabra. Una leve lágrima cayó en el suelo, era roja, como el fruto del acebo y todo el suelo cambió a ese color, pero no era un color triste, sino alegre. Corrió hacia la chimenea subió al trineo que esperaba flotando y rió, feliz, como nunca lo había sido. Descubrió que el trineo estaba cargado de regalos y arreó a los renos en dirección contraria al sol. Repartió regalos, gritando y riendo a carcajadas sin parar, por todo el mundo hasta que el sol dio la vuelta a todo el planeta. Cuando llegó al punto de partida paró junto al acebo donde quedó dormido, al bajar del trineo se pinchó con una de las hojas y una gota de sangre escurrió por su dedo hasta la nieve. Los pies comenzaron a transformarse en raíces, luego le siguió el tronco y los brazos en ramas, se transformó en acebo. Comenzó a crecer, alto y fuerte. Envolvió al trineo entre sus hojas y se alzó por encima del bosque.

Ahí continúa, día tras día, esperando, escuchando, recibiendo los deseos de las almas puras, esperando al solsticio de invierno para volar con los renos y llevar la alegría a todos los corazones. El calor a los que aún tienen esperanza.

Jesús García Amezcua

Carta de un anciano

He estado pensando en ti, en los movimientos ínfimos y oscuros de cada una de tus células, del abarrotado vínculo de los poros de la piel, del sereno y hastiado jergón por el que se desliza tu sangre.

He pensado en ti, mirando a la luna y escondiéndome del sol, porque tú eres eso, deseo en la nocturnidad, con alevosía, con viveza, con fragancia. Eres y al ser, respiras y sientes. Vives.

Quizá esta carta te resulte ridícula e infantil, pero tenía que escribirla, a ti, sólo a ti. No es un producto de la desesperación, tampoco de amor, sino el fruto de los pensamientos encontrados en los que se sumerge un anciano que ha vuelto a vibrar.

Ahora serás tú la que estés pensando que soy un viejo verde, al que ni conoces y al que domina la lascivia, y puede que sea así, pero hay algo más, un ocasional hálito de vida que has despertado, un regalo y, además una frustración, porque jamás podré disfrutar del rosa de tus labios, de la palidez de tu rostro, jamás podré acariciar tus mejillas, ni el pecho redondo y altivo que corona tu vientre. Jamás.

Te preguntarás de qué te conozco. No me conoces, yo quizá sí, mi vida se traduce en un caleidoscopio a través de mis gafas pasadas de moda. Te observo cada día y te acompaño, cuando haces la cama, y cuando la deshaces, a solas o acompañada por alguno de tus amantes ocasionales que te satisfacen poco o nada, no te preocupes, no voy a entrar en detalles. Pero, a esos dos habituales no los miro, me hace daño ver cómo te acuestas con ellos, tus sentimientos se muestran de alguna forma y haces el amor diferente, con más cuidado y con más energía y me siento desplazado, fuera de ti.

¿Loco? No lo estoy, simplemente he pensado mucho en ti y en cómo cuidarte, mientras esté en este mundo o cuando falte de él. Quizá me sientas en un roce en el supermercado o en la parada del bus, pero no te asustes, hay barreras que el amor no puede superar.

Esta mañana amaneciste algo triste. Pero hay alguien a quien un solo destello de tus pupilas hace feliz.

Te llevo conmigo.

E.A.I.

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